PARA PABLO









PARA PABLO

En marzo del año 2005, mi hijo me anunció la llegada de mi primer nieto. La noticia, que había llegado por sorpresa, generó en mi muchas preguntas. Algunas de ellas, aparentemente simples, hablaban de como sería, a quién se parecería, cuál sería su nombre; pero otras dudas me inquietaban: ¿cómo darle amor en un momento tan convulsionado? ¿cómo hacerlo en un país como Colombia tan carente de espacios afectivos?

Por experiencia propia sabía que la celebración de la vida pasaba por el rito cotidiano del amor y que alimentarlo, cuidar su sueño y calmar su llanto eran las primeras formas de quererlo. Me pregunté entonces cuál sería la mejor manera de rehacer esos espacios amorosos, cuál sería mi papel de abuela si era que lo tenía, y de qué manera podía intentarlo.

Haciendo memoria de todos aquellos rituales, el susurro de una canción de cuna era el que más recordaba. Las nanas conmemoraban la voz, el afecto, los latidos del corazón. Esas canciones cortas que me habían ayudado a dormir a mis hijos, eran protecciones tempranas que el amor se inventaba y eran también el primer paso para vincular a Pablo con el mundo de los afectos. De esa manera les pedí a mis familiares y amigos, que como regalo de nacimiento, le cantaran una canción de cuna para dormirlo.

Adelanté mi proyecto entre Bogotá, Cartagena y Barranquilla y una tarde, mientras adelantaba mis grabaciones en esta última, nos sorprendió un terrible aguacero. Desde la ventana de la habitación de Pablo, veíamos cómo las aguas lluvias se salían de madre, arrastraban todo a su paso y corrían enloquecidas a lo largo de la calle 84. La furia del arroyo estremecía los árboles y revolcaba los carros hasta hacerlos desaparecer debajo de las aguas. El universo cotidiano se había convertido en un espacio mítico, más cercano a las leyendas que a la vida real. Busqué mi cámara y en medio del aturdimiento y del asombro, me dispuse a grabar lo que veía. Las imágenes del arroyo mostraban un país a la deriva, irracional y abandonado a su suerte. Eran los mitos de la inundación, esta vez recreados por los humanos.

Al día siguiente, revisando de nuevo el material grabado, conecté los hechos y me dispuse a narrarlos. Encontré que si establecía un diálogo entre la imagen de Pablo dormido y la toma improvisada y emotiva del arroyo, el resultado podría tener enormes posibilidades expresivas. Me propuse entonces trabajar el sonido de las canciones de cuna a modo de contrapunto, como elemento independiente de la imagen, para que abriera su significado. Callar el arroyo para escuchar el arrullo era exactamente lo que estaba buscando. En ese momento, el proyecto comenzó a tener sentido. “Esas canciones cortas que me habían ayudado a dormir a mis hijos, eran protecciones tempranas que el amor se inventaba”.

Muriel Angulo
2006


FICHA TECNICA
Videoinstalación
PARA PABLO
MURIEL ANGULO
3’20”

2006








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