TEXTOS Y COMENTARIOS
UN CLUB DE BUENOS MUCHACHOS
Muy interesante que el texto “Reflexiones críticas en
torno a las transformaciones del Salón, la relación entre arte y política” de
Ricardo Arcos Palma1, ponga
sobre la alfombra roja los concubinatos y las relaciones licenciosas que se han
ido condimentado a lo largo de la historia del mundillo del arte de este país y
que por antiguas y terminales ya han están haciendo metástasis en el cerebro de
algunos. Pero lo mas interesante del texto, es el relato subyacente que revela cómo
a pesar del oropel y del estatus de inmunidad del que goza nuestro sistema institucional
de arte, los ingredientes utilizados en nuestro cocinado artístico y cultural son
los mismos con los que históricamente se han preparado las pócimas envenenadas
de la historia política, económica y social del país. En pocas palabras el
mismo engendro que corre por las venas de las élites centralistas y blancas del
país, corre por las venas del sofisticadísimo, educadísimo y “cultísimo” grupo
de iniciados que construye la cultura “para todos” en Colombia. Eso quiere
decir que el estamento social del arte, acostumbrado a lavarse
las manos con tanta facilidad, ha sido tan responsable de nuestras desgracias
como las demás instancias del país. Pero además de todos los buenos negocios de
libre amancebamiento público-privado que son citados en el texto, hay un punto
de giro que se le escapa al autor, que marca un antes y un después en el
devenir del arte colombiano. Y para refrescarle la memoria sería bueno recordar
aquellos lujuriosos años ochentas cuando el impoluto, sagrado, educado,
instruido, docto, sabio, erudito, ilustrado, civilizado y cultivado mundo del
arte en Colombia hizo gala del lado oscuro de su descomposición y su hedentina
al sostener una impúdica relación con las mafias colombianas, amistades
peligrosas que posicionaron artistas y elevaron el precio de la obra de arte hasta
alturas catastróficas, fortaleciendo un mercado que hoy compite con la venta de
armas y de drogas ubicándose como uno de los negocios mas consolidados del
mercado neoliberal. Años después y huyendo del ángel exterminador que por esos
tiempos ajusticiaba a Colombia, comienza a emerger un club de buenos muchachos iniciados
en la Cosa Nostra que ponen en práctica las artes del ocultamiento y el
mimetismo mientras son asesorados y perfumados por diseñadores, publicistas y
expertos en marketing que transforman a muchos
de ellos furibundos coleccionistas de arte contemporáneo colombiano. Es así como
el arte se corona como un magnífico negocio que otorga rentabilidad, estatus así como un ejército de guardaespaldas y modelos acompañantes. Y como de tendencia en
tendencia se llega a Roma, surge la modalidad de fabricar estrellas fugaces entrenadas
desde la Academia para ser políticamente correctas y “trabajar con temáticas
humanistas y sociales”, sin importar que en la vida diaria se comporten como
seres apolíticos o indiferentes a los procesos sociales, porque a
la postre lo que se necesita es que puedan ejercer muy bien su oficio y que su
producto sea un arte atrevido y novedoso. Un adoctrinamiento que separa el arte
de las decisiones políticas, sociales y económicas del país y del mundo
convirtiendo a los artistas en personajes formalmente iluminados pero
absolutamente inútiles e incapaces de evolucionar como sujetos políticos de
cambio. Es así como esta atractiva bipolaridad contemporánea los protege de la
figura del intelectual y el artista comprometido y consecuente con su discurso a
la vez que catapulta la idea del “artista rebelde pero exitoso” un producto
perfecto para los nuevos tiempos en donde la esquizofrenia es patente de celebridad
y de fama. Los estrategas del mercado del arte han permitido a los artistas “producir
arte político” siempre y cuando no traicionen su individualismo y su profunda
necesidad de fama. El círculo se cierra cuando el Ministerio de Cultura en
cínico concubinato con los mercaderes de turno organiza Ferias, Bienales y Subastas dirigidas a saciar la gula de los buenos muchachos coleccionistas que asesorados
por una corte de curadores orgánicos deciden quienes son los artistas que bendecidos
por su obediencia y buenas maneras recibirán las dádivas y los privilegios de
la fama.
Muriel Angulo. Collage sobre periódico. 2012
Y siguiendo con este ajuste de cuentas, podemos
continuar hablando de César Gaviria, el asesor espiritual del arte contemporáneo
colombiano. Este astuto neoliberal que siempre supo para que era el poder y que
tiene dentro de su expediente el ataque cobarde a Casa Verde, un sangriento
bombardeo sobre el pequeño campamento levantado con ocasión de las
conversaciones de paz durante el gobierno de Belisario Betancur y que tuvo como objetivo impedir que las
FARC, el ELN y parte del EPL participaran en la Asamblea Constituyente que ese
mismo día elegía en las urnas 70 representantes de todo el país. De no haberse
dado este ataque a sangre y fuego, las guerrillas no habrían avanzado hasta el
punto que lo hicieron y el paramilitarismo no habría dejado este infinito
conteo de muertos. Interesante noticia ahora que Pereira- cuna del padre de
María Paz Gaviria directora de ArtBo- será la sede del Salón 44 de Artistas de
Colombia. Y es que no solo de arte vive el hombre. A este mercader y coleccionista
lo conocí hace mucho tiempo como un hombre gris atornillado a la sombra de Luis
Carlos Galán, un político honesto que por su discurso de tinte moralista nunca
llenó mis expectativas, pero que gracias a la desmemoria de los colombianos y al
marketing político de Carlos Duque autor del afiche promocional de su
candidatura a la presidencia, logró que el grito “A la carga!” de Jorge Eliécer
Gaitán se trasladara virtualmente a su garganta, captando la atención de
aquellos que ingenuamente creían estar ante el pensador social y progresista
que nunca había sido. En plena campaña a la presidencia los candidatos Luis Carlos Galán por el
Nuevo Liberalismo y Carlos Pizarro León-Gómez por la Alianza Democrática M-19 son
asesinados con solo 8 meses de diferencia. La familia Galán decide postular a César
Gaviria a la presidencia de Colombia y finalmente es “coronado” el 7 de agosto
de 1990 como presidente de Colombia. Y dicho y hecho, sus garras empresariales
quedaron al descubierto al poner al país al servicio de la rapiña neoliberal: una
apertura económica que aseguró que las arcas del país se repartieran entre
pocos, sentando así las bases de las actuales desigualdades de Colombia. Y es
aquí donde se engendra el huevo de la serpiente del modelo neoliberal del arte que
privatiza desde la respiración hasta el pensamiento, una apertura económica que importó el negocio de las industrias culturales ferializando la nueva agenda cultural
del país. Ahora este magno dirigente se desempeña como "asesor espiritual" del impoluto, sagrado, educado, instruido, docto, sabio, erudito, ilustrado,
civilizado y cultivado del arte en Colombia, mientras su legado empresarial
queda en manos de Maria Paz su hija, la nueva “Reina de las Ferias”. Lo que viene después ha sido materia
dócilmente digerida por buena parte de nuestro mundillo artístico. La
separación entre el mundo del arte y la tragedia colombiana se ha convertido en
una plástica realidad que funciona bajo sus propias leyes y en donde las llagas
del país verdadero no tienen cabida mientras no se miren desde la estética
formal y cristalina del arte: de eso asuntos no se habla, porque en esa privilegiada
burbuja todos callan y nadie sabe nada. Ahora, 75 años después son pocos los que recuerdan aquel 12 de octubre de 1940 día en que Jorge Eliécer Gaitán inauguraba el “Primer
Salón Anual de Artistas Colombianos” en la Nueva Biblioteca Nacional de Bogotá.
Como hija de papá gaitanista y perseguido por el Estado, imagino la decepción de
este líder social ante el deplorable cambio de rumbo de los nuevos Salones
ahora conducidos por flamantes gurús de la cultura colombiana, una corte de
funcionarios orgánicos que a la mejor usanza política, salen y entran por la
puerta giratoria que de lo público lleva a lo privado y de lo privado a la
inmortalidad.
¡Y claro que nos despelucamos! porque de no
activarnos ante los rugidos de este elefante, haría carrera el escepticismo de frases como “esto
siempre ha sucedido en el país” y “Mientras tanto nosotros desde la Academia
asistimos a ese espectáculo como simples espectadores, pues el divorcio entre
Educación y Cultura hace años que dio sus frutos” que sería igual a confesarnos incapaces de cambiar nuestra
suerte y afirmar que nunca vimos ni oímos nada. Las reflexiones sin radicales propuestas
de cambio quedan convertidas en frases sueltas y en gestos de apatía y
quietismo, posturas neoconservadoras que como dijo Jean Paul Sartre son iguales
a la actitud de quienes por salvar su pellejo permiten de manera cínica que otros y otras asuman
el riesgo del cambio que ellos mismos fueron incapaces de afrontar y que con gran lucidez de Beauvoir define como el siempre estático y arrogante “Pensamiento político de la Derecha”.
Muriel Angulo
10 de diciembre de 2015
1-Liberatorio de arte contemporáneo
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