DE BLANQUEAMIENTOS, PRIVATIZACIONES Y OTROS DESVÍOS
DE BLANQUEAMIENTOS, PRIVATIZACIONES Y OTROS DESVÍOS
El arte no es un acto privado: es un acto público. No
es el regocijo del alma y del mercado, sino la puesta en escena de hombres y
mujeres, su historia y su contexto. El arte no es ser, el arte es estar. Porque
de la misma manera en que vivimos en sociedad, nuestra respuesta ante los
acontecimientos es cultural, social y política: nuestras opiniones, apetitos,
omisiones y escogencias así lo confirman. Por eso ser artista es ser vocero de
un grupo humano y servir como mediador de sus preguntas, gustos y saberes, con
la certeza de que son sus inquietudes las mismas que por derecho propio se
agitan en nuestra cabeza. Algo así como un palabrero que al mirarse en el gran
espejo de su cultura encuentra el término exacto para saldar los resquicios de
sus disputas ancladas en lo mas profundo de su memoria colectiva. Es por eso
que ser artista en Cartagena, en el Caribe colombiano y en el Gran Caribe, es
servir de emisario de una memoria cultural abruptamente inseminada desde la
colonia, una gran comilona condimentada por indígenas, africanos, españoles,
árabes, italianos, holandeses, ingleses, portugueses, que sentó las claves de
lo que hoy somos, siendo la condición de Puerto Negrero la que marcó de forma
definitiva nuestra manera de estar en el mundo. Porque Cartagena es negra,
mestiza y ante todo mulata, desde hace 482 años. Fue aquí en donde se formaron
los primeros palenques, en donde se celebraron de manera clandestina las
rebeldes fiestas de las candelas en honor a Changó y Yemayá y la única ciudad
que en 1811 se independizó de España y de la Nueva Granada, con la clara
intención de formar una isla aparte. Desde ese momento hasta ahora, la Heroica
ha sido atacada de nuevo por piratas propios y extraños que a través de
blanqueamientos, agentes ventrílocuos y prohibiciones moralistas, tratan de
hacerla volver al redil. Estas son las pistas para entender la periferia que
ahora somos, en una nación fracasada y obtusamente administrada desde el
centro.
Es así como nuestro MANIFIESTO EMPUTAO* publicado en
febrero de 2014, sigue gozando de buena salud y por lo tanto, vigente. Por eso
es necesario ejercer resistencia en varios de sus puntos de manera que no se
siga repitiendo la fórmula centralista de enviar agentes turísticos a Cartagena
con el propósito de “resolver” nuestras preguntas esenciales, violando el
legítimo derecho de toda cultura a “esa particular manera que tiene de pelar un
mango o comerse una fruta”, dice el poeta. Los dogmas foráneos traen preguntas
foráneas y perversas soluciones. En su libro “Orientalismo”, el crítico y
activista palestino-estadounidense Edward Said, analiza “ la mirada sensualista
y exotizante del Otro” como un sistema de conocimiento fabricado por Occidente
para imponer desde la Academia la idea de una supuesta inferioridad racial, social,
política e ideológica de Oriente. De esta manera quedaban justificadas las
intervenciones que en nombre del saber se hacían “sobre la barbarie, la lujuria
y la incapacidad” de los pueblos orientales para auto gobernarse. Una política
de dominio cultural que gracias al sistema centralista, se repite en Colombia.
De esa manera y siguiendo la ruta del eugenismo
cultural, los recursos que el Ministerio de Cultura asigna anualmente a la
gestión cultural independiente y que por derecho propio también le pertenecen a
los gestores de la Región Caribe, son feriados entre una exclusiva terna
centralista, desplazando los proyectos de los creadores y creadoras locales y
convirtiendo nuestros recursos territoriales en un jugoso botín para gestores
foráneos, que aprovechan su cuarto de hora de fama desvirtuando la escena
cultural de la región, como ha quedado demostrado en la actual versión
“cachaca” del Salón Regional de Artistas del la Región Caribe 2015,
administrada y curada desde la capital como un espectáculo turístico y un
gabinete de curiosidades que sustituye y desvía la esencia de nuestra cultura
regional. Todo esto queda evidenciado en las líneas de investigación que
propone la corroída curaduría que en términos oxidados como “arte y
naturaleza”, no enfatiza en las problemáticas puntuales de contextos
específicos de las subregiones en donde residen y trabajan los artistas
convocados, banalizando los contenidos críticos de cada propuesta, o en “Caribe
expandido” una visión facilista en donde deja de trabajar de la mano de los
contenidos diaspóricos o en interconexiones conceptuales con el arte del Gran
Caribe. Igualmente denunciamos a su debido momento la ilegalidad de la
curaduría ganadora de la beca de estímulos, que más parece un concurso de
estrellas de la gestión y la producción, y menos de la investigación curatorial
del arte del Caribe colombiano. Esta curaduría se esforzará por
espectacularizar los contenidos visuales de cada propuesta, porque apuesta a la
megaproducción (con drones incluidos) dejando a un lado el sentido teórico de
la curaduría en sí, intentando hacernos creer en una nueva “barriga’e trapo”.
Estas políticas de sustitución y ocultamiento ejercidas durante mucho tiempo
desde Bogotá han sido realizadas en callada colaboración con museos, instituciones
y gestores locales, que vendiéndole el alma al diablo han logrado la triste
recolonización de nuestros saberes. Por eso es de primordial importancia que
desde la educación, la academia y los medios de comunicación, se erradiquen los
cánones del gusto impuestos por años a la población cartagenera, ahora
reforzados por las industrias culturales y la mirada paternalista desde el
centro, ordenanzas consagradas a una estética internacionalista, foránea y
elitista que caricaturiza nuestra cultura vernácula. Casos como la prohibición
de los bailes de champeta, así como el uso popular y discriminatorio de algunos
términos despectivos como “corroncho” utilizados socialmente por propios y
extraños para descalificar al Otro y a nuestra cultura raizal, acentúan el
abismo social existente y hacen urgente la asignación de recursos destinados a
financiar grupos de investigación cultural en Universidades e Instituciones
locales.
De la misma forma, es necesario seguir cuestionando
las políticas culturales oficiales dirigidas a la realización de ferias de
arte, con el fin de que estos eventos netamente comerciales dirigidos al
coleccionismo, la subasta, el mercadeo y el lucro de capitales privados, no
sean financiadas con dineros públicos. El derroche que generó la industria
mediática y de entretenimiento que en su momento patrocinó la turística I
Bienal de Arte Contemporáneo de Cartagena de Indias BIACI, financiada en parte
con recursos de la ciudad, contrasta con la falta de espacios para la difusión
del arte local y el difícil acceso a ellos, sumado a las casi inexistentes
curadurías locales, generando en consecuencia un monopolio visual sobre aquello
que vale la pena ser visto, dando como resultado la invisibilización y la falta
de reconocimiento de muchos artistas cartageneros/as, algunos de ellos en la
diáspora. Políticas que con el tiempo han legitimado a un espectador pasivo que
confunde la alharaca exhibicionista dirigida a un consumidor-turista, mientras
desconoce la existencia y la importancia del arte local en la reconstrucción
del tejido social y la configuración de su propio deseo.
Por último, consideramos indispensable un diálogo
abierto con el Ministerio de Cultura y un replanteamiento definitivo de las
políticas culturales del país que hasta hoy solo han beneficiado a los mismos
de siempre, como queda evidenciado en el caso de un miembro del jurado de los
actuales SRA que ejerce por un lado como productor de una de las dos versiones
ganadoras y como contratista de los Laboratorios de Artes Visuales en el Caribe
colombiano por el otro. ¿Las barajas están echadas? Así lo demuestra el actual
Plan Nacional de Desarrollo, una patente de corzo para seguir manipulando desde
la capital los dineros públicos que nos pertenecen a todos.
MENINAS EMPUTÁS
Cartagena 6 de agosto de 2015
MENINAS EMPUTÁS
Cartagena 6 de agosto de 2015
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