VIAJE A SANTIAGO
VIAJE A SANTIAGO
Dejamos atrás a Cartagena, tierra de historias, brisas y
nostalgias, para llegar al mediodía del dos de julio de 1996 a
Santiago de Cuba. Después de pasar el examen aduanero, los cubanos, más amables
que lo más amables caribeños y luego de un intercambio de palabras y miradas con
nuestros ayudantes de equipaje, subimos a la parte trasera de un bien mantenido
camión cincuentero, bajo un sol canicular que me hacía recordar las clases de aritmética de las dos
de la tarde en el colegio Biffi de Cartagena. Los árboles de framboyán recorren sus calles mientras los santiagueros ven abrir sus botones amarillos con la misma cadencia
con que ellos caminan. A nosotros, por desgracia, se nos olvidó hace mucho
tiempo este principio vital de las relaciones callejeras, estas ciudades
absurdas, en donde la medida es la máquina, nos prohiben oler, oir, mirar y
enamorarnos.
Y fue así como en las calles de Santiago, la tierra del son, de la trova, del amor, del boniato, del Cuartel Moncada, y la revolución, se confundió mi memoria. Por momentos creí estar a la vuelta de la esquina oyendo el pregón del manicero que vendía "maní, maní caliente" en la calle de la Moneda, una vieja costumbre cartagenera que tristemente ha ido desapareciendo de las esquinas de mi ciudad. Caminé absorta por sus calles, deleitándome con la rutina de sus balcones que abren y cierran sus puertas en comunión amorosa con la vida, mientras sus casas coloniales resueltas hacia adentro pero respirando hacia afuera, dejan vivir en completa armonía a su música con todo el panteón de sus deidades sagradas y familiares. Mas de una vez encontré entre sus cuartos las palabras de mi abuela descansando orondas en los mecedores santiagueros. Somos dos ciudades hermanas, respiramos la misma historia, la misma lengua suelta y la misma alegría.
El período especial en el que se encuentran, llamado
así desde la caída del bloque soviético, los ha llevado a valorar sus carencias
y a pensar en una ecología a priori, sin que los afecten los males que a
nosotros nos asfixian. La imaginación está a la orden del día, como un virus o
una epidemia: todo es susceptible al reciclaje, todo es digno de una segunda,
tercera y cuarta oportunidad en la vida. Las botellas, los empaques, las
bolsas, y el papel sobretodo, son cuidadosamente destinados y nada tiene un
objetivo superficial. Hasta las vallas que en nuestro especulador imaginario
capitalista sólo sirven para vender lo que muy pocos pueden comprar, anuncian
poemas de José Martí, o citas de Antonio Maceo líder de la Independencia
cubana, o las maravillosas utopías del Che Guevara, poetas que entendieron que
los sueños son para vivir de ellos, con la única condición de reinventarlos
siempre, para que no se mueran por la noche antes de que llegue el día.
A pesar del cruel bloqueo del que son
víctimas y que los está llevando a límites de insoportable abstinencia, no han
llegado a producir el muerto por minuto de nuestras sociedades. Todavía bailan
en las calles y cantan sus vivencias como los mejores trovadores. Se reconocen
en su historia, en sus dioses, en lo sagrado y profano de su santería, en su
música y en su arte, consecuencia vital de su memoria. El sincretismo cultural les
permite tener dioses que aman, odian y fornican, sin el puritanismo ni la doble
moral que nos asfixia, sin el bien y el mal aristotélico, peligrosa división
del ser humano. Me sentí como pez en el agua y ratifiqué mi condición pagana.
Me preguntaba minuto a minuto a dónde iríamos a parar nosotros que
aparentemente tenemos todo lo que una presumida sociedad capitalista suele
ofrecer, una sociedad que brinda satisfacciones para un hambre que no es el
nuestro, deformando nuestro apetito: ya no sabemos qué desear.
Santiago es una ciudad que se define a sí misma. Cuna
del son y de la Revolución, testigo del asalto al Cuartel Moncada, no encontré
un solo cubano que no supiera relatar su historia. Su memoria es una entidad
viva como su arte, como su cubanía. Saben de dónde vienen y eso es demasiado en
un mundo babelizado como el que nos ha tocado vivir.
Cuba, tienes
el mismo mar de mi ventana.
Te pareces a
los recuerdos del olvido,
a la
presencia de la ausencia
Y mientras sonaban los tambores Batá del grupo Arayoe, una de tantas agrupaciones de santeros de Santiago de Cuba, garabateaba estas frases enamoradas en mi libretica de apuntes. Al ritmo del Abericola el tambor mayor que da inicio al primer toque de los yorubas, los cantos a Elegguá se iban metiendo en mi memoria. El sonido del Oro seco llamado también Oro cantado da paso a las voces de los santeros que acompañados de tambores Batá, invocan a las deidades para que bailen y gocen. La cultura Yoruba, originaria de Nigeria, fue el lugar de donde partieron los primeros esclavos que llegaron a Cartagena sembrando la semilla de la Cumbia, el mapalé, el porro, el bullerengue, entre otros ritmos y que en Cuba hicieron lo propio con el son cubano.
En Santiago me sentí como en mi casa. Sus calles eran
iguales a las de mi infancia, y su aire lleno habladurías y voces de tambores
me llenaban de nostalgia. El motivo principal de mi viaje había sido mostrar mi
último trabajo, un diario pintado que hablaba de las casas abandonadas y
heridas por el olvido de esta guerra eterna en Colombia que contrastaba con las
casas felices que a pesar de la precariedad había encontrado en Santiago. Había
llegado en pleno período especial,
esa época aciaga que le pasó factura a la Revolución cubana que a pesar de todo
salió fortalecida de la prueba. La Biblioteca Elvira Cape, una sala de
investigación y lectura localizada en la calle Heredia, llamada así en honor a
José María Heredia, primer poeta romántico de América, acogió mi obra dándole
la oportunidad de dialogar con los santiagueros que pasaban por el lugar. La
ciudad celebraba sus carnavales y las artesanías iban desde objetos en papier maché hasta tallas en madera de
Changó, Yemayá, Eleguá, deidades del sincretismo religioso cubano que conviven
a ritmo de congas y güiros al lado de la Virgen de la Caridad del Cobre, nombre
cristiano de Obatalá.
Al otro lado de la Biblioteca Elvira Cape está La
Casa de la Trova, una casona colonial que sirve como lugar de encuentro y
auditorio para escuchar el son cubano, esa música perfecta que vive en
permanente comunión con los santiagueros.
Bailando aman y olvidan, como si en el movimiento de sus cuerpos
estuviera la fuente de felicidad y de la vida. Terminando la calle, después de
pasar por la Casa del Estudiante lugar de reunión de bailarines, artistas,
escritores y poetas, al igual que la casa de la Unión Nacional de Artistas y
Escritores cubanos UNEAC, llegamos al Parque Céspedes. Visto circularmente
desde su centro, con todos los tiempos al tiempo, podemos observar a su
alrededor la primera casa construida por los colonizadores españoles, hasta llegar
al racionalismo arquitectónico de principios del siglo XX. Muchas de nuestras
noches santiagueras terminaron allí, en medio de conversaciones interminables
con Salvador “Palomino”, presidente de Los Hermanos Saiz, un semillero de
artistas y escritores cubanos, Reynaldo poeta y director del Teatro Experimental
de Santiago y Pini, actor de voz ancestral que ahora vive en Canarias.
Santiago es testigo de su historia. El 26 de julio de
1953, 113 hombres opositores a la dictadura de Fulgencio Batista, combatientes
del pueblo como albañiles, obreros, campesinos y trabajadores rasos, atacaron
el Cuartel Moncada, bajo el mando de Fidel Castro y aunque perdieron la
batalla, los barbudos sabían que ganarían la guerra. Hoy el Cuartel funciona
como Ciudad escolar, un centro educativo llamado 26 de Julio que guarda en sus
muros los principios de la Revolución Cubana. Tres años después, el 30 de
noviembre de 1956, Santiago de Cuba se levanta en armas al mando de Frank País
García hasta el derrocamiento de Batista en 1.959 en donde Cuba retoma su libertad
61 años después de la Enmienda Platt en 1898 y a 39 años de su pronunciamiento como
república en 1920. Ni Playa Girón en 1962, ni Bahía Cochinos, ni el bloqueo
fraticida han podido vencerlos. Los cubanos tienen algo que los colombianos
desconocemos: la dignidad como patrimonio intangible de su cubanía.
Camino a Siboney por la carretera del Baconao,
decidimos tomar el sol. Lejos vamos dejando el monumento en honor a los Caídos
en la lucha, en donde Antonio Maceo, líder de la Revolución Mambí sigue vivo en
la ruta de una lucha que aún no ha terminado. El mar de Cuba se muestra
soberbio ante mis ojos: una inmensidad azul turquesa, tan turquesa que parece
una postal iluminada de esas playas que no existen; mirándolas entendí porqué
era la tierra del Benny Moré, del bolero, del son y de la revolución. Un mar
que sigue siendo el bocatto di cardinale de las grandes empresas turísticas que
alquilan sus playas para que los consumidores olviden el nombre del banco que a
punta de intereses les robó su felicidad. Sin embargo, la divisa -como le dicen
popularmente al dólar- ha entrado con todo su poder de corrupción. Como en
cualquier país tercermundista, las jineteras y gigolos que viven del “empate” o
encuentro, han ido en aumento y ven la ocasión perfecta para ganar dinero fácil.
Es muy difícil que la población de un país que ha sido bloqueado durante tanto
tiempo por el Imperio mas poderoso del mundo no se convierta en víctima del
gran negocio de la trata de blancas del mercado capitalista. Lo mismo sucede en
Cartagena, otro trágico destino turístico de la prostitución sin fronteras. Sin
embargo, es grato saber que sólo un mínimo de sus habitantes recurre a
soluciones que como estas, atentan contra su dignidad. Nosotros, capitalistas
prepotentes ocultamos lo que a diario sucede en nuestras ciudades en donde la
prostitución y la trata de mujeres son una industria próspera que va de la mano
del negocio de las armas y las drogas.
Ahora, y Tal vez sin quererlo debido a la escasez de
combustible, Santiago de Cuba se ha convertido en la ciudad de las bicicletas.
Tal vez sin quererlo, la carencia los ha obligado a recurrir a soluciones mas
poéticas y humanas, derrotando la máquina capitalista y anunciando un paisaje
de bicicletas que como Mercurio llevarán el mensaje del amor. ¿Por que será que
el capitalismo anula la capacidad de sentir y de optar por soluciones mas
humanas? Tristemente, el mercado vaticina nuestros deseos y fabrica nuestros
sueños: la incapacidad de soñar lo imposible se ha convertido en nuestra mayor
tragedia. Nuestro deterioro ético ha sido tan acelerado que si un final
apocalíptico es el futuro del mundo, nosotros vamos a llegar antes que los
cubanos, de hecho, ya llegamos. De eso no hay duda. A pesar de sus necesidades,
ellos se entregan, sonríen, aman sin ninguna otra transacción que la de
reconocer en los demás el principio de libertad que les da contar con ellos
mismos. Salvador, Pini, Estrellita, Marta, José, Chino, Reynaldo, Raúl, Rosa,
Pedro, ojalá nunca olvide lo que me enseñaron.
Monumento a Jose Marti .Cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de
Cuba.
Ataque al Cuartel Moncada. Orificios en su fachada. Santiago de Cuba.
Y ahora, de nuevo en Colombia, en medio de esta guerra
de secuestros, hambre, miseria, desapariciones y desplazados de este país confuso,
violento y caótico, creo entender porque los niños cubanos no lloran tanto como
los nuestros. Y mientras recreo en mi memoria su música pagana, sus bicicletas
y su "no hay problema, caballero...." recuerdo aquella obra de teatro
santiaguera y me pregunto: ¿Escucha alguien mi canción?
Bogota, agosto de 1996.
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