VACIAR EL ALMA PARA POSEER EL CUERPO
Petrona Martínez y Ceferina Banquez, cantadoras de Bullerengue
Bolívar
Dicen las malas lenguas que uno de los mandamientos
del capitalismo salvaje y la derecha planetaria es convertir la cultura en
espectáculo, brillarla, empaquetarla y después de emperifollarla, venderla como
fulgurante estrella de la industria del entretenimiento: Vaciar el alma para poseer el cuerpo, una sentencia que nos habla
del lugar de la voluntad y las querencias y que resume el sentido de la vida.
Ellos saben que en la cultura y el arte está el magma del conocimiento, la identidad de
un pueblo, su territorio y lo mas importante: su lugar de resistencia. Por eso,
la Economía Naranja, un proyecto neoliberal de grandes fauces, llamado así, de
manera cool por un equipo de
marketing que sabe de sobra lo que quiere, no es otra cosa que la propuesta
indecente del régimen neoliberal colombiano para utilizar nuestros saberes
ancestrales, artísticos y patrimoniales, capturar lo que somos y coronar un
buen negocio. Y bien redondo. Por un lado, porque los dueños del botín acumulan
ingentes sumas de dinero a costa de la explotación comercial de nuestras
tradiciones y por otro, porque al saquear la cultura de nuestros pueblos se
apropian de la memoria ancestral que les pertenece y los hace dueños legítimos
de una cosmovisión y de un territorio, un talismán que los inmuniza contra el
cáncer de la homogeneización y la globalización capitalista. Y es por eso que
en la región Caribe estamos en guardia: nuestras creencias y saberes funcionan
como un gran sistema desbordante y barroco que exalta la palabra, encarna en
música y en frenesí de baile y sale del cuerpo para retornar a la oralidad de
la palabra, la forma más natural y humana de narrar la vida. Porque una lengua
y una cultura son una visión del mundo. Por eso, nuestro mayor patrimonio es lo
que somos, más importante que nuestros castillos, estatuas, fortificaciones y
murallas, que sin el vigor de nuestra tradición oral, sin nuestra africanía, el
sonar de nuestros tambores y nuestros areitos, los cuerpos que los bailan y los
poetas que los narran, no serían mas que convidados de piedra en un desbordante
festín de dioses. Y es allí donde reside nuestra resistencia.
Fiestas de la Independencia de Cartagena
Después de leer el texto del proyecto Economía
Naranja, una oportunidad infinita de Iván Duque Márquez y Felipe Buitrago Restrepo
–un coqueto y atractivo manual neoliberal de cómo volverse millonario a través
de la comercialización del patrimonio cultural y el arte de los pueblos y
detenerme en la semántica de supermercado utilizada por estrategas, publicistas
y empresarios, así como en algunas frases y expresiones de algunos artistas,
escritores, filósofos y pensadores descontextualizadas y metidas a la fuerza
para vendernos las mieles de la Economía Naranja, observé cómo poco a poco el
proyecto relampagueaba convirtiéndose en la estrella de la noche, la solución
esperada para lograr los sueños en este reñido mundo de hoy: un darwinismo
social que privilegia la competencia sobre la solidaridad como principio de la
evolución humana: el hombre lobo para el hombre, la lógica del mercado aplicada
a la vida, vender arte, cultura y conocimiento como si fueran perros calientes
o condones, someter el patrimonio intangible al negocio de compra-venta de un mercader.
Es así como la Economía Naranja se revela como un proyecto neocolonial, un
negocio hecho a la medida de la gula corporativa, que utiliza la cultura
poniéndola al servicio del marketing empresarial saqueando a su antojo la
memoria de los pueblos, muchos de ellos desplazados de sus territorios y
nuevamente despojados de sus conocimientos y saberes gracias a esta maniobra
empresarial: Vaciar el alma para poseer
el cuerpo. Por eso es necesario que los colectivos de artistas de Cartagena
y la región Caribe asumamos en carne propia la custodia de nuestras prácticas
culturales y artísticas ante el riesgo que significa la comercialización que se
avecina. Nos espera una larga y compleja batalla si queremos evitar que
nuestros imaginarios se conviertan en simples transacciones financieras con el
beneplácito de aquellos que deciden venderle el alma al diablo para gozar de
los cacareados quince minutos de fama. Algo que no estaría lejos de suceder si
tenemos en cuenta las escasas oportunidades existentes en los pueblos de la
región Caribe, reconocidos históricamente no solo por su cimarronaje, sus
luchas libertarias, su tradición oral, cantos, músicas, danzas y cultura sino
por la desigualdad, exclusión, aislamiento y pobreza resultado de un estado
centralista que los asfixia. Por eso, antes que se hunda definitivamente el
barco y se ferien nuestros cantos, la región Caribe debe impulsar una educación
que fortalezca el conocimiento de nuestra historia, para adueñarnos de ella y
evitar que nuestras tradiciones vernáculas se conviertan en bienes y servicios
de la industria del entretenimiento. Un proyecto con miras a construir una
conciencia cultural que actúe en defensa de nuestros saberes preservándolos de
la homogenización y mercantilización de las empresas que van a seguir
insistiendo en el negocio de la cultura como simple diversión y esparcimiento.
Kombilesa Mi. San Basilio de Palenque.
¿Pero, por qué es el estado colombiano quien propone
la privatización de nuestros bienes culturales? Nadie ha contestado esta
pregunta. Recordemos que en los artículos 70, 71 y 61 de la Constitución de
Colombia, la cultura está consagrada como parte esencial de los Derechos
humanos, una ley heredada de las revoluciones socialistas de comienzos del
siglo XX, hecha para contrarrestar las injusticias causadas por la revolución
industrial que beneficiaba a los dueños de los medios de producción sobre los
derechos de los trabajadores. Es así como la constitución colombiana ordena al
estado facilitar el acceso y el fomento a la cultura, al conocimiento, a la
expresión artística y a la ciencia protegiendo la propiedad intelectual. Pero ese
mandato brilla por sus ausencia. Sin embargo, existen leyes universales que lo
ratifican. En el año 2002, el Director General de la UNESCO, Koïchiro Matsuura
al presentar la Declaratoria Universal de la Diversidad Cultural durante la
Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo, afirmó: De esta manera queda superado el debate
entre los países que desean defender los bienes y servicios culturales que, por
ser portadores de identidad, valores y sentido, no deben ser considerados
mercancías o bienes de consumo como los demás, y los que esperan fomentar los
derechos culturales, pues la Declaración conjuga esas dos aspiraciones
complementarias poniendo de relieve el nexo causal que las une: no puede
existir la una sin la otra. Pero en un país como Colombia, donde los negocios
como la Economía Naranja promueven
los huevitos de la confianza inversionista violando los derechos de los
ciudadanos, cuentan con la complicidad de las instituciones, el respaldo de los
medios y muchos funcionarios dispuestos a disimularle el caminado a este
entuerto anticonstitucional y jurídico.
Farotas de Talaigua, Bolívar.
La cultura es un bien intangible que se construye en
base a la memoria de los pueblos, de su historia, sus relatos, cantos, danzas y
tradiciones que van desde la tradición oral hasta las Bellas Artes. Y desde
épocas coloniales, en el Caribe, grupos indígenas, africanos, canarios,
andaluces, cubanos, haitianos, árabes, ingleses, portugueses, holandeses, amén
de las demás migraciones que llegaron a nuestro territorio, han parido fiestas
y carnavales que han hecho de nuestra región un lugar de pertenencias y
saberes, una cultura vernácula que ahora pretenden repartirse entre pocos. Pero
no serán ellos quienes borren de un plumazo nuestra historia. No podemos
permitirlo, porque si lo intentan, el costo para nuestra cultura será muy alto.
No nos engañemos. Con el billete en la mano, la Economía Naranja comercializará
al máximo la oferta turística de las regiones para multiplicar sus dividendos,
convirtiendo las fiestas de Colombia en un decadente circo de colores y
morisquetas falsas fríamente diseñadas por un comité festivo que estará mas
cerca del espectáculo que de la realidad cultural que las genera. Se
organizarán carnavales sacados de la manga, se saqueará el acervo cultural de
algunas regiones para trasladarlas a otras, se inventarán bailes y disfraces y
se construirán festejos por decreto en donde brillará por su ausencia la base
popular que los origina. Precisamente, en días pasados, Carmen Inés Vásquez
Camacho, la ministra de Cultura de Colombia que está a cargo de la venta
institucional del proyecto, afirmó: Hemos
encontrado en las distintas regiones de la nación una inmensa e inagotable
fuente de creatividad y un talento inigualable, con el que el país podría
crecer en productividad y desarrollo. Y con la cuña en la boca añadió: Con el componente naranja, buscamos generar
condiciones de sostenibilidad y asociatividad, y el desarrollo de un ambiente
propicio para la participación y posicionamiento local e internacional de
nuestra cultura, nuestras artes y tradiciones. Adiós luz que te guarde el cielo. Ojalá que con este afán de
convertir la cultura en un negocio contante y sonante, las fiestas colombianas
no terminen todas luciendo el
mismo disfraz, con idénticos colores, haciendo los mismos gestos y bailando los
mismos bailes, en una suerte de Cabaret Tropical como ya viene sucediendo en
algunos lugares del país en donde a falta de tradición carnavalera y gracias a
una impostura empresarial, terminaron parodiando las representaciones
culturales del Caribe colombiano.
Tambores de Cabildo, la Boquilla, Cartagena.
Así como van las cosas y conociendo el origen neoliberal, blanco y excluyente del paquete corporativo de la Economía Naranja, no nos extrañe que en algún momento los funcionarios de turno pretendan oficiar como un tribunal de buenas costumbres y miren con ojos de santo cachón el contoneo pélvico y sensual de nuestros bailes palenqueros, cimarrones y champetúos, intentando censurar los contenidos provocadores y rebeldes de nuestra picaresca caribe, bajo la lupa evangelizadora de lo políticamente correcto y el puritanismo mercantil, por aquello de que Business are Business y lo que no produce billete para los empresarios tampoco debe producirlo para nadie. Protejamos el arte que es el mayor acto de rebeldía que hemos creado los seres humanos. La mercantilización de nuestra cultura y el despojo de nuestra identidad son la estrategia perfecta para ocupar nuestro territorio y dar jaque mate al activismo y al pensamiento disidente y evitar que el arte se convierta en arma de solidaridad y resistencia. Necesitamos una cultura como derecho, no como negocio. Porque el peligro de este “neoliberalismo humanitario” está en que el estado o la empresa privada pretendan controlar e impedir la puesta en escena de otras prácticas culturales distintas a las que ellos proponen. Las dictaduras y los regímenes de derecha conocen muy bien el poder revelador y subversivo del arte y es por eso que sus estrategias siempre van dirigidas a silenciar y controlar el pensamiento creativo. Por eso la insistencia y agresividad con la que el ministerio público y el sector privado están tratando de posicionar y vender este proyecto empresarial que vulnera de manera grave nuestros derechos culturales, anunciando un regreso al colonialismo del saber y del poder. Cuando la empresa privada asume funciones públicas, el derecho de todos comienza a ser usufructuado por una élite que sueña con diseñarlo a su antojo. Este caramelo envenenado llamado Economía Naranja no tiene otro fin que la comercialización de nuestros saberes, a cambio de 15 paupérrimos minutos de fama. Pero seguiremos resistiendo: los pueblos y las culturas tenemos la última palabra.
Muriel Angulo
Julio 2019
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