ARTE, PODER, CENTRO Y RESISTENCIA
ARTE, PODER, CENTRO Y RESISTENCIA
Muriel Angulo
En febrero de 2014, Alexa Cuesta, Helena Martin y Muriel Angulo, artistas
pertenecientes a la Comunidad de artistas de Cartagena CAVCA, lanzamos un MANIFIESTO
EMPUTAO! dirigido a los organizadores de la I Bienal de Arte contemporáneo de
Cartagena de Indias BIACI. En él manifestábamos nuestro profundo malestar por
las políticas que se habían implementado en la realización del evento, que iban
desde la discriminación, exclusión y desconocimiento de los artistas locales ocasionados
por los procesos curatoriales definidos desde el centro del país, hasta la
utilización de recursos y espacios públicos del Distrito de Cartagena para el libre
desempeño de la BIACI, una empresa cultural patrocinada entre otras por el
Ministerio de Cultura de Colombia y la multinacional del entretenimiento RCN, prácticas
invasoras que terminaron posicionando el espectáculo del arte cosmopolita y el
coleccionismo en detrimento del arte local. La muestra organizada en Bogotá y
apoyada por algunas autoridades e instituciones de Cartagena, generó un debate
entre intelectuales y artistas, no solo por el daño causado al patrimonio
humano y cultural de la ciudad, sino por la exclusión de la mayoría de sus
artistas que luego fueron contratados como lacayos del capital transnacional.
Las licenciosas relaciones entre Arte y Poder, ahora reencauchadas por el
capitalismo de las industrias culturales, trafican con una falsa identidad globalizada
que diluye la particularidad dentro del espectáculo y anula cualquier intento
de relación vital con la obra. El acontecimiento artístico se convierte así, en
un asunto mas de plusvalía que de conocimiento, ensuciándose de oligarquía, castas
y abolengo, algunos de sus mas corrosivos ingredientes. En Colombia las cifras
y datos sobre el particular son muy elocuentes: las ganancias van en progreso y
el boom mundial de las Ferias de Arte ha despertado una inusitada sensibilidad
farandulera, bancaria y financiera nunca antes vista. Ahora son los empresarios
coleccionistas guiados por curadores de bolsillo, quienes hacen gala de su
recién estrenado olfato de cazadores de talentos con la capitalista promesa de
conseguirles un toque de campana en la bolsa.
A su vez, el centralismo colombiano, que ya nos costó una guerra civil
entre federalistas y centralistas entre los años 1812 y 1814, no sólo ejerce un
agrio control político sobre las regiones, sino que replica institucionalmente su
ideología controlando desde el ministerio de Cultura el desarrollo de las mismas,
a través de programas diseñados y prefabricados con anterioridad por gestores
culturales de turno, legitimando una amañada representación del Otro. En el Caribe
colombiano, una región estructurada cultural, ideológica y socialmente desde el
Gran Caribe, el problema se agudiza. Su historia, lenguaje, tradición oral y
composición étnica guardan una marcada diferencia con
la región de los Andes y el resto del país. Durante la
colonia, la fragmentación social del Nuevo Reino de Granada se había convertido en
la mayor característica de su cultura. La dificultad geográfica, la falta de comunicaciones
y la conformación racial de sus regiones, hicieron del virreinato un territorio
desigual y dividido. La región Caribe “mas que un concepto geográfico, un
concepto cultural” como manifiesta el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, sostenía
estrechas relaciones con Jamaica, Haití, Cuba y demás colonias españolas, compartiendo
relatos e imaginarios que la alejaban cada vez mas del ideal del poder andino. Según
el historiador Alberto Múnera “El centralismo colombiano creó la imagen de un
Caribe-frontera, espacio donde estaba ausente un orden reglado”. Ya para ese entonces,
los ensayos de Francisco José de Caldas afirmaban que las costas eran
territorios malsanos, poblados por “negros y mulatos salvajes e indisciplinados”
a diferencia de los habitantes de los Andes que según su teoría eran individuos
moral e intelectualmente superiores. Una construcción simplista acuñada desde el
más retardatario pensamiento andino, responsable tanto de la fragmentación regional
como de la satanización del pensamiento diferente.
A finales del siglo XVII y comienzos del XIX, los enfrentamientos comerciales
entre Santafé de Bogotá y la Heroica se intensifican, hasta que en el año de 1811
Cartagena de Indias logra independizarse de la Nueva Granada y de la Corona
española, convirtiéndose en República hasta 1815 y volviendo a formar parte de
la nación andina en el año de 1832, después del sitio de Morillo y de la
Gran Colombia. Mientras los cartageneros siguen vinculados al Gran Caribe, la
élite de la ciudad liderada por Rafael Núñez, renuncia a su historia libertaria
y en alianza con los sectores más rancios de la aristocracia santafereña,
centraliza el poder en manos de la oligarquía decimonónica. Es así como el
gobierno de Núñez intoxicado de Regeneracionismo, decide reemplazar la Constitución
federal de 1863 por la Carta de 1886, consolidando el centralismo de Estado, la
“restauración” política y económica del país y la unión Iglesia-Estado, una
cruzada conservadora que desataría “La Guerra de los Mil Días” entre liberales
y conservadores, inaugurando el oscuro y sombrío amanecer del siglo XX.
Desde entonces y hasta el día de hoy, el país sigue negando su
diversidad, sus imaginarios y sus cosmogonías. En lugar de beber del saludable
manantial de las diferencias, hemos emprendido innumerables luchas intestinas exterminando
la diferencia, expulsando de sus territorios ancestrales a comunidades negras,
indígenas y mestizas, para catapultarlos de multinacionales blancas. En nuestro
delirio por armar un metarrelato nacional, nos hemos desgastado en inenarrables
guerras patrioteras y partidistas, que se suceden en el tiempo unas a otras sin
develar el verdadero origen de nuestros odios y del afán histórico por
desaparecer al Otro. En lugar de aprender de la bastarda hibridez de nuestra
cultura, luchamos por un país homogeneizado, que llama al orden, a la
disciplina, a la verdad única, al monoteísmo, al rigor del método. Despreciamos nuestro adulterio racial porque maldecimos al extraño que llevamos
dentro. No hemos inventado aún la manera de mirarnos a los ojos sin que luego no huyamos a refugiarnos en nosotros mismos, asfixiados en nuestras propias contradicciones.
Cuando nos acercamos al pasado y al presente de la historia de Colombia entendemos
porque es tan difícil cumplir con esta utopía de armar desde lo sensible un territorio
imaginario y la necesidad imperante de tratar una y mil veces de
hacerlo. Y es por eso que cuando hablo de Arte, lo último que me interesa es el
Arte mismo: porque son sus costuras, las correcciones de hilo que equivocan la puntada,
la suciedad de su revés y el nudo que la sostiene, la baraja existencial que
modifica su devenir. De la misma manera en que nuestros relatos personales y
colectivos beben del absurdo de nuestra realidad política y social, nuestros
deseos se asfixian insertados en un centralismo que los regula y un
internacionalismo que paga cualquier suma por sacar provecho de ello. Por eso
es tan importante alzar la voz desde las regiones, porque en esa revitalización
de los acontecimientos locales y particulares es donde el lenguaje nos delata,
se rebela y recobra su poderosa vitalidad.
“Internacional, Nacional, Regional”. Una duda semántica que oculta la
verdadera cuestión, la sustancia de lo que todavía no somos “No lo uno o lo
otro, sino lo uno y lo otro” dice Tzvetan Todorov. Nuestra identidad no puede seguir
siendo moldeada desde los aparatos de poder y tirada a cabestro por una nómina
de curadores ministeriales en búsqueda de un metarrelato nacional inexistente. Porque
si no hablamos ahora, alguien va a hacerlo por nosotros. Pensarnos a nosotros
mismos, para luego polinizarnos entre todos. Y es ahí cuando el artista debe
decidir entre dos caminos: elevarse como las pájaros y ver el mundo desde
lejos, tan intangible como en sus incontaminados sueños o actuar en
consecuencia. Porque hablar de Arte, Centro, Poder y Dinero, es hablar de
Resistencia.
Bogotá, ASAB noviembre de 2014.
Bibliografía
Tzvetan Todorov. Nosotros y los
Otros. Siglo XXI Editores. España 2013.
Edward W. Said. Orientalismo. Random House Mondadori. España 2004.
Néstor García Canclini. Culturas
Híbridas. Editorial Grijalbo. México 1989.
Max Horkheimer y Theodor Adorno. La industria Cultural. Iluminismo como
mistificación de masas. Buenos Aires1998. Versión digital.
Jaime Angulo Bossa. ¡Viva el 11!
2011. Bicentenario de la Independencia Nacional. Casa Editorial S.A.
Cartagena 2011.
Alberto Múnera. El fracaso de una
nación. Editorial Planeta Colombiana
S.A. 2008.
Jorge García Usta. ¿Cómo reforzar
la identidad Caribe de Cartagena?.Observatorio del Caribe colombiano.
Cámara de Comercio de Cartagena 2002. Versión digital.
Kevin Power. Problemas de
Identidad. Pensar-Componer/construir-Habitar. Editor Francisco Jarauta.
España 1994. Versión digital.
Sergio Ramirez. El Caribe somos
todos. EL País, edición impresa, septiembre de 2001.
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