https://www.youtube.com/watch?v=uVEcrK077cs&t=14s
Realización
Muriel Angulo y Adriana Mejía
1´45´´
2004
En Colombia existen grandes poblaciones negras,
mulatas, indígenas y mestizas. Sus culturas enriquecen nuestro imaginario y en
ellas se funda, indiscutiblemente, nuestra identidad. Sin embargo, es el blanco,
la religión Católica y las costumbres occidentales las que definen el rumbo del
país. Si hacemos justa memoria, la Conquista de América fue pensada como una
gran cruzada en donde España y la Iglesia Católica consolidaron su alianza. A
la “pureza de la fe” que la España católica había decretado para justificar la
expulsión de sus territorios a musulmanes y judíos, se sumaba “la pureza de la
sangre”. De esta manera se reducían al oscurantismo las creencias religiosas de
los indígenas y de paso se condenaba su origen, el color de sus ancestros y su
manera de recrear el mundo. A partir de ese momento, los nativos, subyugados
por la imagen del Dios blanco, diezmaron sus fuerzas y contaminaron su prole.
Las devociones ajenas sepultaron sus creencias a cambio de un paraíso de
humillaciones. A la llegada de los esclavos africanos, la población indígena
había sido reducida, catequizada y desterrada, los negros sometidos fueron
igualmente asediados por el hambre, las enfermedades y los castigos propinados
en nombre del evangelio y la pureza: comenzaba la cristiana hegemonía de los
blancos. Crecimos aborreciendo nuestro origen y espantando nuestra imagen del
espejo. Como un mal agüero, el orden establecido esquilmó nuestras conciencias,
penetró en nuestras costumbres y en consecuencia seguimos ejerciendo como corregidores,
encomenderos, curas y hacendados de la peor calaña, sin modificar nuestro
comportamiento. Esta violencia escolástica, blanca y occidental se transformó
en hambre, sed y muerte. Al paso del tiempo, la discriminación y la
intolerancia se ejercieron desde todas las esquinas del poder y en su intento
por blanquear la sociedad, construimos una identidad fragmentada, sin sueños ni
proyectos comunes, en donde el Otro, el indio, el negro, el mulato, el mestizo,
es sometido y humillado por
impuro, diferente, descastado. Por su color se le confina a la periferia y a la
ignorancia, se le destierra, se esclaviza, se extermina. Ahora, todo está
consumado. La sucesión de guerras continúa y nuestra ceguera se ha convertido
en devastación y muerte. Como en un festín fúnebre, las imágenes del terror se
suceden, se enquistan, se repiten y se reproducen. El destierro y el exterminio
son las nuevas formas de colonización y subordinación de las comunidades ancestrales
y pensar al Otro se transforma en la única alternativa para pensarnos a
nosotros mismos.
Muriel Angulo
2004
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