LA ROSA PERFECTA














En el año 2003, comencé a investigar los métodos disciplinarios utilizados en la educación femenina. Tenía muchas inquietudes al respecto debido a que mis experiencias escolares no habían sido las mejores: por medio de la recta disciplina, un poder modesto, suspicaz, cuya función principal sigue siendo enderezar conductas, como afirma Foucault en su libro Vigilar y Castigar, había sido entrenada –al igual que muchas mujeres-, para repetir pasivamente los manuales de comportamiento y buenas costumbres utilizados en las prácticas sociales, políticas y religiosas. Su propósito era y es todavía fabricar mentes dóciles y conformistas para mantener el control de nuestros cuerpos, entrenándolos en el temor, la resignación y la obediencia. Estos medios de coerción usados también por la Iglesia y la Familia, reafirmaron la división binaria de los sexos, concibiendo a una mujer pasiva y débil y a un hombre activo, fuerte y racional. Es así como la religión católica a través de la doctrina del pecado original, la culpa, el miedo y el castigo femeninos, ha sido responsable en buena parte de la visión sexista de nuestro imaginario, logrando que la sociedad castigue severamente cualquier incumplimiento que la mujer haga de las reglas morales. A pesar de las revoluciones sociales y políticas del siglo pasado, se sigue utilizando un lenguaje misógino y patriarcal, desconociendo el histórico debate entre los géneros. Por su parte, los medios de comunicación y la sociedad de consumo, exacerban el mito del Eterno Femenino, engendrando a una mujer sumisa y obediente, que acepta con resignación las violencias que se ejercen contra su propio cuerpo.

Bajo esta percepción y para este proyecto, adopté  el icono de la rosa de las cartillas escolares como leit motiv de mi obra. Establecí una rutina de ejercicios en donde cotidianamente pintaba la imagen de la rosa, cuyo significado de pureza, belleza, perfección y martirio de la Virgen María es usado veladamente en la enseñanza de lo femenino. Día a día repetía la misma acción, saturando obsesivamente el espacio de la tela y sometiendo mi cuerpo a una violencia invisible y silenciosa, que disciplinaba mi mente y postergaba mi deseo. Mi objetivo era lograr, por medio de esa insistente, sorda y reiterativa tarea, que las obras fueran iguales a sí mismas e idénticas a todas las demás. En un obstinado intento de perfección, se muestra la acción de mi cuerpo inscrita en el tiempo del castigo, la paciencia y la mortificación. Cristianas y perversas virtudes que en la práctica se fueron convirtiendo en un obsesivo y seductor dispositivo de control a través del cual ejercía una muda vigilancia sobre mi propio cuerpo.

A medida que el proyecto avanzaba, aumentaban mis preguntas y mis dudas: ¿qué era lo que realmente buscaba?, ¿castigar mi cuerpo?, ¿humillarlo y atormentarlo?, ¿para qué? ¿Era un acto de femenina sumisión, de docilidad, de autocontrol? ¿Con qué fin lo hacía? ¿Qué es ser mujer? ¿De qué manera fuimos educadas? ¿Qué ortopedias usaron? ¿Es la culpa?, ¿de qué?, ¿por qué? la mujer-hembra que obsesivamente había reelaborado, se resistía a continuar. Obedeciendo mis deseos, registré algunas acciones a través de mi cámara de video: Al fascismo del poder nosotros contraponemos líneas de fuga activas y positivas, porque tales líneas conducen a las máquinas del deseo. afirmaba Félix Guattari. Una obra de arte es una experiencia, no una afirmación ni una respuesta, decía Susan Sontag. Yo agregaría que el arte en su devenir es un acto de subversión y resistencia.

Muriel Angulo
Julio 2010


























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